lunes, 3 de agosto de 2015

Con el romanticismo de otrora.



 
Por: Manuel Acuña
 
“Inspiración, entrega, amor por los colores”, son palabras demasiado utilizadas para mi gusto. Son escazas, en realidad muy pocas las veces que en el terreno de juego se plasman esos sentimientos que en teoría deberían tener cada uno de los 25 peloteros que conforman el roster hacia la organización.

La semana pasada, el mundo del béisbol se quedó atónito ante la reacción de un “muchachito” de los Mets de Nueva York que lloró con la idea de salir del terreno de juego tras haber jugado su último juego como “met”.

¿¡Qué!?, ¿qué era lo que le sucedía a este chico, ¿acaso no sabe que esto es un negocio? Muchos, y me incluyó estamos acostumbrados a que el béisbol de hoy en día es más que un juego, un negocio y más aún la llamada “Gran Carpa”. Los jugadores parecen “robots” que entienden que esto, más allá de la cuota de pasión que les supone, es un trabajo con el que pagan sus cuentas y se dan la vida de lujos que a su pensar ellos merecen.

Muy pocos de esos jugadores, son los que en realidad entienden el sentir de un pelotero: amar a su equipo, defender la camiseta y respetar a la fanaticada por sobre todas las cosas. Tristemente esos “románticos” del béisbol ya se han ido o están por hacerlo: Jeter, Chipper, Konerko, Varitek, Mariano, Helton, Ortiz, Zimmerman, Hernández, Molina, Wright. Son contados con las manos los que en el béisbol del siglo XXI completan el perfil de “pelotero franquicia” y en Citi Field parece haber nacido uno. 

Al final de toda la historia, Flores no fue cambiado y par de días después protagonizó un recital a la defensiva y un “walk off” con el que demostró a la fanaticada de Nueva York que no solo tienen que enamorarse de él por su corazón, sino también de su bate y de su guante. Gracias Wilmer por jugar el béisbol, ¡con el romanticismo de otrora!

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